El nene

por Sofía Conti

Estela corta limones en la cocina del bar. Los agarra por la mitad, y les hace una cruz, primero en 4, después en 8. Le gusta eso de sentirse suavecita después de cortar. Piensa que es uno de los pocos dones que tiene: el compromiso con las cosas pequeñas de la vida, con todo lo que pasa desapercibido para el común de la gente. Mira el plato, busca donde acomodar el limón, al lado de la milanesa, del lado izquierdo, con la cáscara amarilla para abajo. Sonríe, agarrando la rejilla, y repasa por cuarta vez la mesa de plástico con el logo de una cerveza.

Ella tiene el cuerpo conciso, uniforme, decidido, como de arquero de fútbol. Es petisa, y consistente. Con ese aura de poderlo TODO, como un bloque humano lleno de fuerza, con el limite visible de la energía de la represión. Piensa cortito, siempre en un ¿cómo hacer?, en estrategias de lucha laborales para entrar a la cocina y mirarlo, aunque sea un rato.

-Si lo miro no pasa nada. Mi madre se levantaría de la tierra solamente para señalar el horror. ¿A quién le importa?, ella está muerta, y démosle gracias al señor por eso. Gracias señor, gracias señor.

En la cocina los cuerpos se chocan como autos en una pista de juegos. Las pieles mojadas, los roces, el run run del apareamiento, cosas que la reconfortan. Siempre quiso tocarlo, siente que podría darle muchas cosas. Quizás si pudiesen dormir juntos algún día, ella se levantaría primero para hacerle café. Le diría que todo le ha gustado mucho, que es muy lindo, que había esperado por ese momento, pero no mucho más. Había que ser precavida con los gestos, no vaya a ser que una la tomen por atrevida. Se corre el mechón que cae como un resorte en su cara y camina otra vez a la cocina. Cada vez que le ve la gorra amarilla de lejos, algo le tiembla, no sabe bien qué, es adentro, ¿el pecho? Se siente vieja para el nene.

Cuando entra siempre es lo mismo. Él se le acerca sonriendo, sin culpa, con toda esa gracia de pibe virgen, de hombre sin talento para el sufrimiento. Como un nene que juega, con ritmo, directo, sin intención. Ella también quiere jugar con él. Y siente un poco de culpa por todo ese pensamiento siniestro del sexo. Quiere que el nene se le acerque para darle algo. Quiere movimientos jóvenes dentro suyo. Algo con ritmo vital adentro. Piensa otra vez en su madre, y en todo lo casto, lo frío de su carácter. Era una vieja curtida, enfriada a baldazos por el deber de ser madre. Eso. La vieja solamente había criado. Y lo había hecho como le habían dicho que lo haga, a los tortazos.

Para rozarlo venía bien cualquier cosa, ella iba a la mesa donde él estaba sirviendo y le hacía alguna pregunta obvia, pero de respuesta larga. Mientras él pensaba, ella se dejaba cerca, ponía su brazo pegado al suyo. No entendía lo que él respondía, pero no importaba. Ya estaban ahí, ella solamente quería contacto. Pegársele por un instante, tener los cuerpos juntos unos segundos para sobrellevar el drama, nada más. No lo quería a él para criarlo. Una mujer grande no puede desear a pequeño. Había un línea muy finita entre lo que se podía hacer. Imaginó a su vieja gritándole ¡incestuosa!, con las manos en los ojos. ¡Incestuosa, incestuosa!

Estela se deja tocar, con miedo de que sus intensiones se puedan leer. Sonríe, y le regala la imagen ampliada de los brackets a los ojos de su nene. Le toca la panza de costado, y un ardor le sacude repentinamente las piernas. Como si alguien hubiese prendido un fósforo en una habitación llena de gas. Tiene el cuerpo encendido. Si fuera por ella se le tiraría encima, y les diría a todos que nos se preocupen, que sus intensiones son buenas, qué la dejen jugar con él: Vamos, vamos, déjenme un rato con el nene. Se siente intensa, con algo encima que la sobrepasa, como una terrorista del amor con la bandera roja del sexo flameando encima suyo.

Cuando terminan, Estela se le acerca, y él la abraza, con algo de cariño y provocación. Ella lo odia por un rato, odia ese juego de histeria prolongado. Le gritaría que no haga jueguitos con una vieja, que no se burle de sus años. Por favor, tesoro, no te burles más de mis años. Se siente vieja, pero con derecho. Piensa que ese es su costado oscuro, quiere morderlo, y después dejarlo. No sabe por qué los demás defienden tanto ese tipo de cosas: LA INFANCIA, LA INFANCIA. El ya está grande, vamos. Una mordida, una mordida.

Recuerda el día en que él se fijó en su pelo. No supo que decirle, sonrió con la boca apretada para que sus aparatos no opacaran la imagen de lo lindo que el niño tenía en ese momento, y se quedó en silencio. Esperando un no se qué de más. Él tomó el servilletero y se fue. Ella se quedó parada unos minutos sonriendo al aire, como suspendida en la superficie del halago recibido. Así era siempre, él era capaz de dejarla en un lugar paralelo, ahí donde solamente estaban los dos, sonriéndose a cara amplia. Pidiendo por más amor, más amor.

Estela se saca la gorra antes de entrar en su casa mientras sube los escalones. Se toca la frente, siempre transpirada. Se mira en el espejo y se dice a sí misma que mañana estará más linda.

-Mañana, mañana, voy a pintarme un poco los ojos. Arriba, con el trazo medio del delineador negro, para que me avive la cara.

Se saca la ropa y no quiere pensar en el tiempo, pero la idea se le viene encima como una sombra. Las paredes están húmedas. Cree que le hubiese gustado tener algunos hijos, quizás 2. Les hubiese dicho que se le arrimen a besarla, les diría muchas verdades, y también les inventaría historias de personas. Pero ya es algo tarde, la casa está vacía y hace mucho calor. Quizás se de un baño, en una de esas el agua la haga sentir un poco mejor, quién sabe.

Las porciones y el yo

por Sofía Conti

Yo no tengo heladera con freezer, pero no quiero mentir, ni hacerme la artesana de la vida: me encantaría tener una heladera con freezer, realmente. Pero por ahora tengo una blonda grande, que cada tanto hace un ruido de grillo que solo notan los que vienen de afuera. Para mí es como el ruido del tren, una nota que está tan adentro de mi vida que no registro. Además cuando pasa el tren se me viene a la cabeza un texto que habla de rieles que se clavan en el corazón. Todo es más lindo cuando lo que es de pobre, se hace metáfora.

Estando sola también intento dotar a la comida de ese color de celebración. Me gusta tener porciones, cosas para comer de ¨a poquito¨, como para estirar el momento de acción y combatir la soledad. Como el pochoclo en el cine, como el cigarrillo en la mano. Porciones de algo a las que le pueda entrar de forma gradual, y que su desaparición sea en degradé. Por eso, también mi gato. Las porciones y las mascotas se unen en ese espacio para llenar. Porque, sabemos, hay días en que todo es un agujero. Un gran agujero negro para ocupar, inclusive las personas.

En mi caso la matemática me consuela. Eso de ponerle valencias a todo, creo, es un signo de fe. Pensar en un después con la cabeza mojada, ayuda, si no todo es blue, como la radio: lento y triste. Por eso la organización, la casita de cartas que si te descuidás, alpiste. Por bobo, por dejar que todo se vuelva una sintonía Kurt Cobain, para calzarse el aura del misterio, ese costado oscurito qué nos hace, según dicen, más lindos y atractivos. La arquitectura mental sirve, justamente, para no llamar demasiado al pasado. Para no instalarse como una estaca en el lugar imaginario de las cosas que pudieran haber sido así, pero fueron asá.

También la lista infinita de cosas por hacer ayuda a combatir la inercia, ese tate-quieto que nos pone tan down. Porque cuando se para, y la reflexión se espeja sobre uno, se empieza a vivir el todo en segunda persona. Eso de autoreferirse como otro, para delinear con resaltador el cartel que avisa sobre las FALLAS, oh MIS FALLAS, perdón por todas. Me digo a mí misma en un tono bajo. Perdón. Es inevitable caer en la autoayuda berreta cuando ya se está en el pasillo de la retrospección. Perdón.

El hecho de vivir solo también se presta para zafar del YO. Las tareas se duplican, y no es poco decir: la muerte está más cerca, porque el tiempo es menor. La cantidad de horas que se tienen que invertir en la idea de vivir dignamente, es descomunal. Meterse temprano en el mundo adulto no es tan divertido como parece, pero por lo menos nos ofrenda la oportunidad de tener cosas que hacer. Correr en vida es una postergación: queremos dejar al mínimo lo meta por un tiempo, para que no nos cope la cabeza.

"Hay cosas de las que ocuparse", diría mi madre. Sigamos, sigamos postergando nuestro momento de introspección, vamos. Quizás si seguimos corriendo, la historia se nos pase en rotación. Quizás.

Las Hojas de la Parra

por Martín Mollica

Albillo, doradilla, labrusca, majuelo, moscatel... Para mí era la planta de la uva, una sutil sombra en la mayoría de los días en que el tiempo nos inducía a estar entre las plantas, y no mucho más que eso, pero formaba parte de un mundo que me vio nacer.

La vid era el toldo de la tarde. Mi abuelo fue la primera persona que reconocí con mis palabras, y que equivocadamente llamé "papá". Nada ni nadie va a poder hacerle mella a ese vínculo, porque trasciende la memoria y trasciende la sentimentalidad. Vive en mi comienzo. Y aún más, no tengo ningún afecto por él. No me acuerdo de él, no le estoy apegado, y por eso es único, trasciende casi todo. Ya lo perdí, ya está hecho.

Creo que mis abuelos vinieron a este país a procurarse todo lo que no podían tener en Sássari, y eso es algo que siempre fue muy evidente, para mí. Pero también, creo que estaban heridos cuando vinieron... no por la escasez, lo político, o lo militar. Creo que sus propias familias los habían lastimado, que no los habían tratado con el amor y delicadeza que ellos merecían, y que hubieran podido devolver si se les hubiera dado.

Me encanta que ellos hayan sido una pareja tan sólida... A veces intento adjudicarlo a la época, y a las circunstancias. "De seguro el hecho de tener que enfrentar tantas cosas juntos, y la cultura de trabajo y de salir adelante que ellos vivían..." Pero no... Yo quiero creer que es por algo que ellos tenían.

Pisar las uvas debe ser como infringir en algo, nada tan escurridizo y carnoso debería estar bajo nuestros pies. Y sin embargo, teñirse de esa manera me parece catártico... En la vendimia soy rojo y violeta, con los vasos sanguíneos en flor. A mí me consuela saber que habrá nuevos cultivos.

Abrí un documento en mi escritorio, y era una enumeración de palabras, términos relacionados con las uvas y su cultivo. Mi abuelo me cuidaba y protegía bajo las enormes hojas de la parra. En ese entonces eran enormes. Me pareció tan macabra... tan ridícula y macabra, la posibilidad de volver a verlo.

No Susanita

por Caro B.G.

Debo confesar que creo nunca haber comido espárragos. Sí la sopa crema, claro. Pero no el espárrago en vegetal. Sé que existe la tarta de espárragos, y tengo una nota mental que dice "comprar espárragos". Sin embargo, cuando llego a la verdulería, compro brócoli. Siempre vuelvo y termino en el brócoli. Porque es familiar y conocido. Porque tiene un montón de propiedades para un montón de cosas. Porque me gusta y pondría un lugar que se llame ¨Amigos del Brócoli¨, donde se cocine en distintas variedades, como con salsa blanca, milanesa de brócoli, fideos con brócoli, tarta de brócoli, salteado de brócoli.

Es así, no salgo del brócoli. Y si pienso en espárragos todo el día, a la noche compro brócoli. Debe ser que el espárrago no entra en el abanico de las posibilidades de mi restricción mental culinaria. No, no sé cocinar. No señores. La cocina es una reducción de lo que me pasa en el día y un producto de mi estado de ánimo. Si tuvimos suerte y ganas, será una buena cena, googleada, tal vez, o la adaptación de una receta "La Salteña" o "Casancrem".

Vivir sola es como empezar una terapia donde la casa se convierte en el analista mudo que escucha y sufre las transferencias psicosomáticas de mi Yo al exterior. La casa contiene mi cuerpo en cada rincón. Cada ambiente es un pedazo de mí, una pierna, un brazo, un riñón, un verano entero de rasqueteo, enduido y pintura. Una extensión de mi maraña mental, mi obsesión compulsiva y mi falta de tiempo, mi agotamiento físico y abstracto. Vivir sola es un acontecimiento que no termina de ser nuevo nunca. Pero lo disfruto mucho, ¡oh sí! Porque en la soledad y en el ruido de mi diálogo interno me conozco más. O me conozco un poco al menos.

Me di cuenta, por ejemplo, que no quiero seguir el orden inalterable de las cosas. Hay que tener cuidado, porque hoy el susanismo se expande en sus más variadas vertientes. Si no es en la adopción del machismo como filosofía natural de la historia, es con forma de una ideología que no permite objetivar las acciones propias. Como cuando te enterás que te casás y tenés que aprender a cocinar. O la agenda de tu amiga depende de los horarios de su novio. Cuando las conversaciones se convierten de "qué hiciste el finde a la noche", a la nueva receta que le enseñó a tu amiga la suegra para hacer la salsa blanca sin un grumo. O ese sábado a la noche que el novio de tu amiga se junta con otros miembros masculinos y ella no tiene planes… y no quiere estar sola. No sabe estar sola.

Este es el nuevo susanismo. El que dicta que tu vida se trata de girar alrededor de tu novio como un satélite natural alrededor de un planeta. Y sos intermitentemente conciente de eso cada vez que te quedás sola. Sola, y sin disfrutar la soledad. Ese es el susanismo moderno, amigos. ¡Que horror! Y yo como brócoli, porque NO como espárragos, porque NO sé cocinarlos, y eso, muchachos, me importa muy poco.

Mi Pueblo

por Sofía Conti

Probé el jengibre recién cuando me vine a vivir a Capital. En el Pueblo no hay muchas frutas ni verduras, solamente las más comunes. De hecho, hace muy poco, la nueva cadena de supermercados “La Cooperativa” se jugó por las paltas. Pero allá nadie sabe qué hacer con las paltas, no hay restaurantes mexicanos que avisen que existe el guacamole o los tacos. Y las góndolas terminan por teñirse de un color negro, de palta pasada.

En el Pueblo hay una sola parrilla, “Lo de Peila”, y la confitería de Lalo. Ahí es donde las familias caen, cada tanto, cuando les sobra un mango. Se visten lindos para salir, y siempre que llegan a la mesa, piensan un rato dónde poner la servilleta, mientras Lalo, con su traje de mozo blanco de los 90, se acerca y se les dedica, para que se sientan un poco acogidos por la naturaleza de lo posible.

En el Pueblo se camina un tipo de militancia especial. Para la gente de los suburbios provinciales, militar es entrenar fuerte en la tristeza, en la depresión de pintar las paredes del barrio con la remera de es lo único que nos queda, hermano. Esa depresión sorda que termina siempre pensando que “hay que ponerle el pecho, carajo”. El bajón como el lugar común, a donde todos van a comer.

Lo único que los calma es el consuelo de pensarse en un lugar más tranquilo. Así se apiñan, los desgraciados, en un supuesto lugar de PAZ, para mitigar juntos el recelo que les da haber elegido la opción B. La de ser los de afuera, los olvidados, los que van a morir pronto. Ellos, la desgracia en persona, el sonido del violín hecho gente.

Los muchachos de las botas con barro, viven en la dulce queja. Tiran, varias veces al día, un “la puta” contenido al aire. Se aquietan y se dedican por entero a lo que allá llaman s o b r e v i v i r , y lo dicen así, en amplio, como viviendo una canción de José Luis Perales. Sueñan con ser alguna vez, los criollos de la tierra, los hombres guasos de la Pampa, los grandes dadores de sacrificio, solamente para no verse como eso que eligieron: ser los pobres entregados del fondo.

Nosotros

por Sofía Conti

Los espárragos me dan idea de rápidez, es lo que cocino con pasta cuando estoy sola, y no quiero caer en esa de comer rápido y mal. Mi vida puede definirse en esta linea, en la de una actitud fast-food: una vida volcada al accionar rápido, con la única idea de darle batalla al tiempo. Idea que se mantiene arriba, como en un gran un pinball mental, para darle fuerza a la brazada ultima, ahí, cerca del final, donde se escucha ampliado el cantito de muerte que repite: ¨dale, apuráte, dale¨.

Así, los fast luchamos para ser efectivos como los chicos Mc, pero sin insignias doradas en el pecho, ni lágrimas detrás de una freidora. Queremos ser los Guillermos Tells del siglo XXI, por eso leemos a Marx, Althusser y Lacan. Todo, para no pifiar. Vivimos al palo, analizamos, construimos, creamos un gran esperable de vida, y caminamos detrás de él, en filas militares por el camino de la inversión. Los especuladores de la bolsa vital, los creyentes en el plazo fijo de la historia tenemos el comportamiento tenso, el gesto tirante. Estamos alertas por el devenir, y nos preparamos como un caballo de carrera para dejar el casco marcado en la tierra.

Los fast tenemos ansias de triunfo, nos mata la ansiedad por ser eso que queremos en tiempo record. No podemos esperar, no nos sentimos identificados con los niños celestes de la onda slow, esos que serpentean la vida en camara lenta, como viviendo en un cuadro por cuadro. Ellos, los que parecieran tener tres vidas por delante, que leen a Cortazar y piensan que nunca, nunca, Dios nos libre, serían capaces de regalar un reloj a alguien. Porque es así, el tiempo es el tiempo del capital, y para vivir bien no podés saber que te vas a morir. NO.

Pero nosotros nos ponemos el reloj para acordarnos que vamos a morir. No creemos en la mistica Cortazar, y nos levantamos como profetas del tiempo en sentido contrario. El tic tac, la musiquita de fondo que nos mueve para alcanzar eso que queremos. Y así sacamos cuentas, los positivistas de sociales, factoreando la vida con índices y subíndices a la espera de un buen resultado. Y aunque creamos en el azar, pensamos antes en agotar las posibilidades propias, las que tenemos más cerca. Somos, por las dudas, nuestros propios explotadores.

Cada tanto se nos acercan y nos dicen ¨eh, relajá¨, como si ellos fueran ángeles suspendidos en el tiempo, hijos brillantes de Cris Morena. Sonreímos, pero por dentro no nos relajamos un carajo. No podemos, tenemos siempre el nervio atento, en función ON, con la lucecita roja prendida, porque no nos podemos calmar, no, y nos justificamos creyendo que la acumulación cuenta, que todo el historial tiene que servir para algo. Queremos llegar preparados al día en que tengamos que hacer nuestro gran back-up vital, y dejemos, así, de ser los latentes. Pero por ahora vibramos. Por ahora, los espárragos.

Las doce uvas

por Leandro Gonzalez de Leon
  1. Ahora sí, 2011. Parece que llega el momento de decir las cosas como son. Este año llega la última instancia, cuando la base determina a la superestructura.
  2. Este año sí, patrias libres y soberanas. Carne resucitada. Amor para toda la vida.
  3. Este año, como venimos apoyando el modelo hace tiempo, seguro distribuyen la riqueza y listo.
  4. Ahora sí, la gente resuelve sus problemas hablando. Posta.
  5. Este año se retiran de la vida pública los Grondonas. Seguro. Los dos.
  6. La revolución se iba a hacer con tiempo o con sangre. Y ya hubo de los dos, así que este año seguro que se arma.
  7. Este año alguien le escribe al Coronel.
  8. Este año Macedonio termina la novela.
  9. Este año llega Godot.
  10. Este año se termina la semiosis. Parecía infinita, pero no.
  11. Ahora sí, se despiertan los Grandes Antiguos. Chthulu llega en 15'.
  12. Este año no nos vamos a olvidar que somos mortales. Este año no.