
Albillo, doradilla, labrusca, majuelo, moscatel... Para mí era la planta de la uva, una sutil sombra en la mayoría de los días en que el tiempo nos inducía a estar entre las plantas, y no mucho más que eso, pero formaba parte de un mundo que me vio nacer.
La vid era el toldo de la tarde. Mi abuelo fue la primera persona que reconocí con mis palabras, y que equivocadamente llamé "papá". Nada ni nadie va a poder hacerle mella a ese vínculo, porque trasciende la memoria y trasciende la sentimentalidad. Vive en mi comienzo. Y aún más, no tengo ningún afecto por él. No me acuerdo de él, no le estoy apegado, y por eso es único, trasciende casi todo. Ya lo perdí, ya está hecho.
Creo que mis abuelos vinieron a este país a procurarse todo lo que no podían tener en Sássari, y eso es algo que siempre fue muy evidente, para mí. Pero también, creo que estaban heridos cuando vinieron... no por la escasez, lo político, o lo militar. Creo que sus propias familias los habían lastimado, que no los habían tratado con el amor y delicadeza que ellos merecían, y que hubieran podido devolver si se les hubiera dado.
Me encanta que ellos hayan sido una pareja tan sólida... A veces intento adjudicarlo a la época, y a las circunstancias. "De seguro el hecho de tener que enfrentar tantas cosas juntos, y la cultura de trabajo y de salir adelante que ellos vivían..." Pero no... Yo quiero creer que es por algo que ellos tenían.
Pisar las uvas debe ser como infringir en algo, nada tan escurridizo y carnoso debería estar bajo nuestros pies. Y sin embargo, teñirse de esa manera me parece catártico... En la vendimia soy rojo y violeta, con los vasos sanguíneos en flor. A mí me consuela saber que habrá nuevos cultivos.
Abrí un documento en mi escritorio, y era una enumeración de palabras, términos relacionados con las uvas y su cultivo. Mi abuelo me cuidaba y protegía bajo las enormes hojas de la parra. En ese entonces eran enormes. Me pareció tan macabra... tan ridícula y macabra, la posibilidad de volver a verlo.
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