Las porciones y el yo

por Sofía Conti

Yo no tengo heladera con freezer, pero no quiero mentir, ni hacerme la artesana de la vida: me encantaría tener una heladera con freezer, realmente. Pero por ahora tengo una blonda grande, que cada tanto hace un ruido de grillo que solo notan los que vienen de afuera. Para mí es como el ruido del tren, una nota que está tan adentro de mi vida que no registro. Además cuando pasa el tren se me viene a la cabeza un texto que habla de rieles que se clavan en el corazón. Todo es más lindo cuando lo que es de pobre, se hace metáfora.

Estando sola también intento dotar a la comida de ese color de celebración. Me gusta tener porciones, cosas para comer de ¨a poquito¨, como para estirar el momento de acción y combatir la soledad. Como el pochoclo en el cine, como el cigarrillo en la mano. Porciones de algo a las que le pueda entrar de forma gradual, y que su desaparición sea en degradé. Por eso, también mi gato. Las porciones y las mascotas se unen en ese espacio para llenar. Porque, sabemos, hay días en que todo es un agujero. Un gran agujero negro para ocupar, inclusive las personas.

En mi caso la matemática me consuela. Eso de ponerle valencias a todo, creo, es un signo de fe. Pensar en un después con la cabeza mojada, ayuda, si no todo es blue, como la radio: lento y triste. Por eso la organización, la casita de cartas que si te descuidás, alpiste. Por bobo, por dejar que todo se vuelva una sintonía Kurt Cobain, para calzarse el aura del misterio, ese costado oscurito qué nos hace, según dicen, más lindos y atractivos. La arquitectura mental sirve, justamente, para no llamar demasiado al pasado. Para no instalarse como una estaca en el lugar imaginario de las cosas que pudieran haber sido así, pero fueron asá.

También la lista infinita de cosas por hacer ayuda a combatir la inercia, ese tate-quieto que nos pone tan down. Porque cuando se para, y la reflexión se espeja sobre uno, se empieza a vivir el todo en segunda persona. Eso de autoreferirse como otro, para delinear con resaltador el cartel que avisa sobre las FALLAS, oh MIS FALLAS, perdón por todas. Me digo a mí misma en un tono bajo. Perdón. Es inevitable caer en la autoayuda berreta cuando ya se está en el pasillo de la retrospección. Perdón.

El hecho de vivir solo también se presta para zafar del YO. Las tareas se duplican, y no es poco decir: la muerte está más cerca, porque el tiempo es menor. La cantidad de horas que se tienen que invertir en la idea de vivir dignamente, es descomunal. Meterse temprano en el mundo adulto no es tan divertido como parece, pero por lo menos nos ofrenda la oportunidad de tener cosas que hacer. Correr en vida es una postergación: queremos dejar al mínimo lo meta por un tiempo, para que no nos cope la cabeza.

"Hay cosas de las que ocuparse", diría mi madre. Sigamos, sigamos postergando nuestro momento de introspección, vamos. Quizás si seguimos corriendo, la historia se nos pase en rotación. Quizás.

Las Hojas de la Parra

por Martín Mollica

Albillo, doradilla, labrusca, majuelo, moscatel... Para mí era la planta de la uva, una sutil sombra en la mayoría de los días en que el tiempo nos inducía a estar entre las plantas, y no mucho más que eso, pero formaba parte de un mundo que me vio nacer.

La vid era el toldo de la tarde. Mi abuelo fue la primera persona que reconocí con mis palabras, y que equivocadamente llamé "papá". Nada ni nadie va a poder hacerle mella a ese vínculo, porque trasciende la memoria y trasciende la sentimentalidad. Vive en mi comienzo. Y aún más, no tengo ningún afecto por él. No me acuerdo de él, no le estoy apegado, y por eso es único, trasciende casi todo. Ya lo perdí, ya está hecho.

Creo que mis abuelos vinieron a este país a procurarse todo lo que no podían tener en Sássari, y eso es algo que siempre fue muy evidente, para mí. Pero también, creo que estaban heridos cuando vinieron... no por la escasez, lo político, o lo militar. Creo que sus propias familias los habían lastimado, que no los habían tratado con el amor y delicadeza que ellos merecían, y que hubieran podido devolver si se les hubiera dado.

Me encanta que ellos hayan sido una pareja tan sólida... A veces intento adjudicarlo a la época, y a las circunstancias. "De seguro el hecho de tener que enfrentar tantas cosas juntos, y la cultura de trabajo y de salir adelante que ellos vivían..." Pero no... Yo quiero creer que es por algo que ellos tenían.

Pisar las uvas debe ser como infringir en algo, nada tan escurridizo y carnoso debería estar bajo nuestros pies. Y sin embargo, teñirse de esa manera me parece catártico... En la vendimia soy rojo y violeta, con los vasos sanguíneos en flor. A mí me consuela saber que habrá nuevos cultivos.

Abrí un documento en mi escritorio, y era una enumeración de palabras, términos relacionados con las uvas y su cultivo. Mi abuelo me cuidaba y protegía bajo las enormes hojas de la parra. En ese entonces eran enormes. Me pareció tan macabra... tan ridícula y macabra, la posibilidad de volver a verlo.

No Susanita

por Caro B.G.

Debo confesar que creo nunca haber comido espárragos. Sí la sopa crema, claro. Pero no el espárrago en vegetal. Sé que existe la tarta de espárragos, y tengo una nota mental que dice "comprar espárragos". Sin embargo, cuando llego a la verdulería, compro brócoli. Siempre vuelvo y termino en el brócoli. Porque es familiar y conocido. Porque tiene un montón de propiedades para un montón de cosas. Porque me gusta y pondría un lugar que se llame ¨Amigos del Brócoli¨, donde se cocine en distintas variedades, como con salsa blanca, milanesa de brócoli, fideos con brócoli, tarta de brócoli, salteado de brócoli.

Es así, no salgo del brócoli. Y si pienso en espárragos todo el día, a la noche compro brócoli. Debe ser que el espárrago no entra en el abanico de las posibilidades de mi restricción mental culinaria. No, no sé cocinar. No señores. La cocina es una reducción de lo que me pasa en el día y un producto de mi estado de ánimo. Si tuvimos suerte y ganas, será una buena cena, googleada, tal vez, o la adaptación de una receta "La Salteña" o "Casancrem".

Vivir sola es como empezar una terapia donde la casa se convierte en el analista mudo que escucha y sufre las transferencias psicosomáticas de mi Yo al exterior. La casa contiene mi cuerpo en cada rincón. Cada ambiente es un pedazo de mí, una pierna, un brazo, un riñón, un verano entero de rasqueteo, enduido y pintura. Una extensión de mi maraña mental, mi obsesión compulsiva y mi falta de tiempo, mi agotamiento físico y abstracto. Vivir sola es un acontecimiento que no termina de ser nuevo nunca. Pero lo disfruto mucho, ¡oh sí! Porque en la soledad y en el ruido de mi diálogo interno me conozco más. O me conozco un poco al menos.

Me di cuenta, por ejemplo, que no quiero seguir el orden inalterable de las cosas. Hay que tener cuidado, porque hoy el susanismo se expande en sus más variadas vertientes. Si no es en la adopción del machismo como filosofía natural de la historia, es con forma de una ideología que no permite objetivar las acciones propias. Como cuando te enterás que te casás y tenés que aprender a cocinar. O la agenda de tu amiga depende de los horarios de su novio. Cuando las conversaciones se convierten de "qué hiciste el finde a la noche", a la nueva receta que le enseñó a tu amiga la suegra para hacer la salsa blanca sin un grumo. O ese sábado a la noche que el novio de tu amiga se junta con otros miembros masculinos y ella no tiene planes… y no quiere estar sola. No sabe estar sola.

Este es el nuevo susanismo. El que dicta que tu vida se trata de girar alrededor de tu novio como un satélite natural alrededor de un planeta. Y sos intermitentemente conciente de eso cada vez que te quedás sola. Sola, y sin disfrutar la soledad. Ese es el susanismo moderno, amigos. ¡Que horror! Y yo como brócoli, porque NO como espárragos, porque NO sé cocinarlos, y eso, muchachos, me importa muy poco.

Mi Pueblo

por Sofía Conti

Probé el jengibre recién cuando me vine a vivir a Capital. En el Pueblo no hay muchas frutas ni verduras, solamente las más comunes. De hecho, hace muy poco, la nueva cadena de supermercados “La Cooperativa” se jugó por las paltas. Pero allá nadie sabe qué hacer con las paltas, no hay restaurantes mexicanos que avisen que existe el guacamole o los tacos. Y las góndolas terminan por teñirse de un color negro, de palta pasada.

En el Pueblo hay una sola parrilla, “Lo de Peila”, y la confitería de Lalo. Ahí es donde las familias caen, cada tanto, cuando les sobra un mango. Se visten lindos para salir, y siempre que llegan a la mesa, piensan un rato dónde poner la servilleta, mientras Lalo, con su traje de mozo blanco de los 90, se acerca y se les dedica, para que se sientan un poco acogidos por la naturaleza de lo posible.

En el Pueblo se camina un tipo de militancia especial. Para la gente de los suburbios provinciales, militar es entrenar fuerte en la tristeza, en la depresión de pintar las paredes del barrio con la remera de es lo único que nos queda, hermano. Esa depresión sorda que termina siempre pensando que “hay que ponerle el pecho, carajo”. El bajón como el lugar común, a donde todos van a comer.

Lo único que los calma es el consuelo de pensarse en un lugar más tranquilo. Así se apiñan, los desgraciados, en un supuesto lugar de PAZ, para mitigar juntos el recelo que les da haber elegido la opción B. La de ser los de afuera, los olvidados, los que van a morir pronto. Ellos, la desgracia en persona, el sonido del violín hecho gente.

Los muchachos de las botas con barro, viven en la dulce queja. Tiran, varias veces al día, un “la puta” contenido al aire. Se aquietan y se dedican por entero a lo que allá llaman s o b r e v i v i r , y lo dicen así, en amplio, como viviendo una canción de José Luis Perales. Sueñan con ser alguna vez, los criollos de la tierra, los hombres guasos de la Pampa, los grandes dadores de sacrificio, solamente para no verse como eso que eligieron: ser los pobres entregados del fondo.

Nosotros

por Sofía Conti

Los espárragos me dan idea de rápidez, es lo que cocino con pasta cuando estoy sola, y no quiero caer en esa de comer rápido y mal. Mi vida puede definirse en esta linea, en la de una actitud fast-food: una vida volcada al accionar rápido, con la única idea de darle batalla al tiempo. Idea que se mantiene arriba, como en un gran un pinball mental, para darle fuerza a la brazada ultima, ahí, cerca del final, donde se escucha ampliado el cantito de muerte que repite: ¨dale, apuráte, dale¨.

Así, los fast luchamos para ser efectivos como los chicos Mc, pero sin insignias doradas en el pecho, ni lágrimas detrás de una freidora. Queremos ser los Guillermos Tells del siglo XXI, por eso leemos a Marx, Althusser y Lacan. Todo, para no pifiar. Vivimos al palo, analizamos, construimos, creamos un gran esperable de vida, y caminamos detrás de él, en filas militares por el camino de la inversión. Los especuladores de la bolsa vital, los creyentes en el plazo fijo de la historia tenemos el comportamiento tenso, el gesto tirante. Estamos alertas por el devenir, y nos preparamos como un caballo de carrera para dejar el casco marcado en la tierra.

Los fast tenemos ansias de triunfo, nos mata la ansiedad por ser eso que queremos en tiempo record. No podemos esperar, no nos sentimos identificados con los niños celestes de la onda slow, esos que serpentean la vida en camara lenta, como viviendo en un cuadro por cuadro. Ellos, los que parecieran tener tres vidas por delante, que leen a Cortazar y piensan que nunca, nunca, Dios nos libre, serían capaces de regalar un reloj a alguien. Porque es así, el tiempo es el tiempo del capital, y para vivir bien no podés saber que te vas a morir. NO.

Pero nosotros nos ponemos el reloj para acordarnos que vamos a morir. No creemos en la mistica Cortazar, y nos levantamos como profetas del tiempo en sentido contrario. El tic tac, la musiquita de fondo que nos mueve para alcanzar eso que queremos. Y así sacamos cuentas, los positivistas de sociales, factoreando la vida con índices y subíndices a la espera de un buen resultado. Y aunque creamos en el azar, pensamos antes en agotar las posibilidades propias, las que tenemos más cerca. Somos, por las dudas, nuestros propios explotadores.

Cada tanto se nos acercan y nos dicen ¨eh, relajá¨, como si ellos fueran ángeles suspendidos en el tiempo, hijos brillantes de Cris Morena. Sonreímos, pero por dentro no nos relajamos un carajo. No podemos, tenemos siempre el nervio atento, en función ON, con la lucecita roja prendida, porque no nos podemos calmar, no, y nos justificamos creyendo que la acumulación cuenta, que todo el historial tiene que servir para algo. Queremos llegar preparados al día en que tengamos que hacer nuestro gran back-up vital, y dejemos, así, de ser los latentes. Pero por ahora vibramos. Por ahora, los espárragos.

Las doce uvas

por Leandro Gonzalez de Leon
  1. Ahora sí, 2011. Parece que llega el momento de decir las cosas como son. Este año llega la última instancia, cuando la base determina a la superestructura.
  2. Este año sí, patrias libres y soberanas. Carne resucitada. Amor para toda la vida.
  3. Este año, como venimos apoyando el modelo hace tiempo, seguro distribuyen la riqueza y listo.
  4. Ahora sí, la gente resuelve sus problemas hablando. Posta.
  5. Este año se retiran de la vida pública los Grondonas. Seguro. Los dos.
  6. La revolución se iba a hacer con tiempo o con sangre. Y ya hubo de los dos, así que este año seguro que se arma.
  7. Este año alguien le escribe al Coronel.
  8. Este año Macedonio termina la novela.
  9. Este año llega Godot.
  10. Este año se termina la semiosis. Parecía infinita, pero no.
  11. Ahora sí, se despiertan los Grandes Antiguos. Chthulu llega en 15'.
  12. Este año no nos vamos a olvidar que somos mortales. Este año no.

La Energía Densa

por Martín Mollica

Entre las urdimbres de átomos más ínfimas y las galaxias más masivas, solo está la escala, la tramposa polaridad que no parece denotar a ningún interpretante. Pero los átomos son planetas... astros a razón de un millón a uno. ¿Qué es lo que está vivo? ¿Yo estoy vivo? ¿Mi brazo está vivo? ¿Mis células están vivas? ¿Mis átomos están vivos? Y también, ¿está vivo el planeta?

El cosmos es de pensamientos, de la manera concreta en que puedan figurarlo. Como quieran hacerlo crecer, es posible. Sus recomendaciones de frutas placébicas y los antojos de jengibres fortalecedores en los que se vehiculan, ellos despiertan porque ustedes creen en ellos, porque hacen que existan con sus pensamientos.

Sus imaginarios sexuales están cobrando vida en otra parte del mundo, en otra parte del tiempo. La felicidad es su piel, la viscosidad de la saliva de la persona que aman, que no necesita palabras hermosas para ser salvada. Vive con inmanencia en lo más recóndito de sus almas; su alcalinidad, dulzura… Este cuerpo es de pensamientos, estoy seguro.

Estoy y no estoy. Mis células, las organelas, los átomos que las constituyen; los protones, neutrones, electrones… están y no están. No existen todo el tiempo. Desaparecen, entran y salen del universo. Soy un pensamiento de mi propia mente, de la mente de lo demás.

Uno tendría que poder dar vuelta sus binoculares y ver en su propio cráneo el aleph infinito de la percepción. Pero el arte de la vida está en lo que se oculta y desoculta. Lo que el tiempo, por su impermanencia; las personas, por sus idiosincrasias… nos ocultan.

Ari, o La Continuidad Perdida

por Leandro Gonzalez de Leon

Por belleza designaré lo que parece completo. Lo incompleto o lo mutilado es totalmente feo. La Venus de Milo. Un niño la encontraría fea. Si un espíritu puro la imagina completa, se convertirá en hermosa. Charles Fort.

Ari nació y creció en Israel. Unas vacaciones lo trajeron a la Argentina, a Buenos Aires, a Palermo, a una chica que ahora lo obsesiona. Conoció a M. en un bar del Soho y se enamoró a primera vista. Al menos, eso es lo que nos cuenta, con su rudimentario español.

Cuando hablamos una lengua extranjera, no sólo nuestro discurso es simple; también nuestro pensamiento lo es. Ari no pone en palabras lo que piensa, elige las palabras que conoce y las reune para armar una oración. La idea viene después.

Decide quedarse en Argentina y estudiar español. M., indiferente al amor del israelí, desconoce su empresa, todo lo que Ari hará para “merecerla”. Compone una canción y pide a sus conocidos argentinos una traducción al castellano. La canta como le sale, sigue estudiando, deambula por la ciudad. Un día se entera de que M. estudia en la Facultad de Filosofía y Letras. Abandona sus actividades diarias y se acomoda en el hall del edificio de la calle Puán. Todos los días canta su canción, esperando que pase y lo vea. Inverosímil, hollywoodense, sí, pero sucede. Vayan y vean. Y no es raro que esto ocurra como en el cine: el cine estuvo primero y sus narrativas dirigen mucho de lo que hacemos. Ya saben, la vida imita al arte, etc.

Pero la búsqueda de la Amada es más antigua. Esa persona, única, con la que estamos destinados a fundirnos. Hablamos del alma gemela o, entre criollos, la media naranja. No buscamos a la Amada como algo nuevo, que algo que no tenemos y que podremos alcanzar algún día. La añoramos como algo que tuvimos y nos han arrancado. Somos discontinuos, decía Bataille, estamos solos, pero “nos queda la nostalgia de la continuidad perdida”. El recuerdo atávico de un ser que alguna vez fuimos y queremos desesperadamente volver a ser.

Esa semana, los estudiantes de Filosofía y Letras tomaron la sede, exigiendo mayor presupuesto para la Facultad. Cientos de estudiantes, reunidos en asamblea, decidieron tomar el edificio, clausurar las aulas, salir a manifestarse. Ahora cortan calles con pupitres y dictan clases sobre el asfalto. Ari está ahí. Hizo amigos, les contó su historia y se mueve con ellos. Aún no ha visto a M., pero la postergación lo ennoblece. No es importante que la encuentre, me parece, sino que la siga buscando.

Histrionismo Mundial

por Martín Mollica

A veces se escuchan expresiones que no se piden ni se necesitan. Hay palabras... palabras como “bajeza”, “alteza”, "normal"... son palabras que no me gustan. Hablan pero no dicen. No le hacen mella a la impermanencia de los conceptos... la relatividad de absolutamente todo.

Las palabras, de alguna manera u otra, salen de nuestras mentes, y construyen nuestras identidades. Ricoeur hablaba de eso, y yo siempre intento tenerlo presente… Las personas mueren con esas palabras. El pez, por la boca, muere. A mí me preocupa eso. Si soy lo que digo, y no digo nada...

Las motivaciones pueden no ser auténticas, y las razones pueden esconderse. Se pueden hacer despliegues emocionales, y no saber que eran más lenguaje que verdad. Las palabras son cáscaras enteras, no tienen peso. ¿Quién se conoce, si dependemos de ellas? No puedo decir qué soy, si lo digo primero y después intento hacerle justicia.

Descreo fundamentalmente de las cosas que enuncio al escribir. Cada línea que he escrito en mi vida, no ha sido la verdad. No hay tal cosa. Hay percepciones, hay decisiones comunicativas, fachadas calculadamente precipitadas de mi boca y de mis manos con una verborragia superficial. No somos nada en particular, somos generales.

Podría estar todo el día albergando en sus mentes la idea de que soy un romántico, de que soy un desapegado, de que soy, de que no… Pero lo importante es que uno no es el mismo día tras día. No hay una cosmovisión rígida, no hay una manera de ser, sino persuasiones momentáneas, disposiciones raramente inamovibles, apenas sujetas en mi alma para afrontar la dura realidad. Me gustan las naranjas, me gustan, sí.

Donde Crece El Mastuerzo

por Leandro Gonzalez de Leon

-A mí me pusieron Martín por Luther King. Casi me ponen Nelson.
-No me gusta “Nelson Simkus”. No va.
-Te podrían haber puesto Malcolm. Suena bien.
-Bueno, pero ese no era pacifista.
-¿Y Mahatma?
-¡Mahatma! Mi vida sería totalmente distinta si me llamara Mahatma. Todo el mundo se acordaría de mí. “Hoy viene Mahatma.”
-Bueno, si te llamaras Tito tu vida también sería distinta. “Hola, soy Tito”, “¿Qué hacés,Tito?
-Peor si te llamás Mahatma y te dicen Tito.
-Eso: Mahatma “Tito” Simkus.
-Parece un personaje de Capusotto.

Y propuso hacer un blog con el nombre del berro. “El berro es el mejor amigo del hombre”, decía Fontanarrosa. Tiramos sobre la mesa los chistes que no escribiríamos en el blog. Martin, por su incontenible anglofilia, insistió en llamarlo “Watercress”. En castellano suena feo, parece.

Antes criticaba a las películas y libros que repetían el título de una obra anterior. Ahora creo que no es un problema para el arte, sino para la industria. Problemas de registros, de catálogos… Un ejemplo: converso con Carlos, un músico que se comprometió a grabar en su estudio la canción que un tipo escribió para su novia. “Es muy larga. Sobre el final repite la misma frase como veinte veces… Lo otro no está mal. Yo le dije: “La canción tiene que tener introducción, estrofa, estribillo, estrofa, estribillo, repite estribillo y se acabó”. Carlos cree que habla de música, pero habla de industria. Creó un estudio independiente, lo financia, puede hacer lo que le plazca, pero no sabe lo que es la Industria Cultural. “En las consignas de los bárbaros se escucha el suave diktat del Imperio”, dice Baricco.

Watercress estaba registrado, por eso le pusimos Gardencress. En castellano se llama mastuerzo o berro hortelano, distinto del berro de agua o “watercress”. La industria y sus hurañas URL nos obligan a reflexionar sobre esta variante del berro hasta hoy inexplorada por la literatura.

Consulto la enciclopedia y ya emerge la poesía: “Debo irme, compañeros, y no volveré. Búsquenme en los jardines, cerca de los caminos, en las fuentes y las orillas de los ríos. Búsquenme donde crece el mastuerzo”.

La Tiranía de las Frondas

por Martín Mollica

Lechuga, rúcula, y también el berro; sin pena ni gloria, el berro… No me hubiera acordado de él, no.

No somos más que vibraciones, amor mío, energías sutiles que vibran en concentricidad. La espesura de los años (que me hace conocer) la tiranía de las frondas de nuestras mentes… Acaso tan complejas... tan complejas nuestras mentes.

Lo simple de lo bulboso… ¿Acaso, Thoureau, no soy yo mismo, hojas y moho? La ternura de este corazón de planta, harto en silencioso, profuso en verbal… Mi cuerpo florece con cada palabra tuya, y cada palabra tuya aún refulge. Estoy perdido en tu respirar.

Tu cadencia en declive por la ladera, con una fuente hecha de fruta, e interior de vegetal: una sandía, un melón, el mismo olor. Y dos personas bajando, retozando en el aire al bajar. Extraño ese juego, lo quiero recuperar.

Estamos en una meseta verde, y sostengo tu rostro entre mis manos. Es el sol que te sublima a mis ojos. ¿Por qué desenbocamos en estos lugares? Se apresuran los recuerdos, la soledad y el desfallecimiento… ¿Qué hago con ellos? Entre todo, dependo del viento.

Welcome

Bienvenidos a Gardencress, un blog dedicado a la inspiración de un pequeño grupo de personas. La consigna es simple: habrán de escribirse textos de cinco a ocho párrafos, siempre basados en uno de los vegetales y frutas propuestos.