
Entre las urdimbres de átomos más ínfimas y las galaxias más masivas, solo está la escala, la tramposa polaridad que no parece denotar a ningún interpretante. Pero los átomos son planetas... astros a razón de un millón a uno. ¿Qué es lo que está vivo? ¿Yo estoy vivo? ¿Mi brazo está vivo? ¿Mis células están vivas? ¿Mis átomos están vivos? Y también, ¿está vivo el planeta?
El cosmos es de pensamientos, de la manera concreta en que puedan figurarlo. Como quieran hacerlo crecer, es posible. Sus recomendaciones de frutas placébicas y los antojos de jengibres fortalecedores en los que se vehiculan, ellos despiertan porque ustedes creen en ellos, porque hacen que existan con sus pensamientos.
Sus imaginarios sexuales están cobrando vida en otra parte del mundo, en otra parte del tiempo. La felicidad es su piel, la viscosidad de la saliva de la persona que aman, que no necesita palabras hermosas para ser salvada. Vive con inmanencia en lo más recóndito de sus almas; su alcalinidad, dulzura… Este cuerpo es de pensamientos, estoy seguro.
Estoy y no estoy. Mis células, las organelas, los átomos que las constituyen; los protones, neutrones, electrones… están y no están. No existen todo el tiempo. Desaparecen, entran y salen del universo. Soy un pensamiento de mi propia mente, de la mente de lo demás.
Uno tendría que poder dar vuelta sus binoculares y ver en su propio cráneo el aleph infinito de la percepción. Pero el arte de la vida está en lo que se oculta y desoculta. Lo que el tiempo, por su impermanencia; las personas, por sus idiosincrasias… nos ocultan.
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